Se revisa el uso de las artes visuales como vía de construcción (secundaria) de consenso de la dictadura chilena, a partir de la tesis del “reparto de lo sensible” (Rancière), pues permite preguntar por la forma en que entrelazó arte y política: es decir, cómo sus concepciones y acciones sobre aquel posibilitaban cierta forma de entender y practicar la política (por qué ciertas sensibilidades encontraron un espacio de desarrollo o identificación con sus contenidos y rituales; y qué heridas o resentimientos explican el acatamiento o respaldo a sus acciones censuradoras o incentivadoras, por otras).
Para contrarrestar la consigna de “arte para todos” de la Unidad Popular, la dictadura desplegó un repertorio de representaciones y prácticas propicias a la restauración de distinciones, tanto de competencias como de jerarquías y espacios; es decir, funcionales a la tradición elitista del arte, sostenida en las fronteras de clase, de ámbitos estéticos, generacionales, sociales e institucionales. Fue un repertorio que le hizo sentido a quienes resintieron un sesgo o pérdida de especificidad del campo artístico respecto del político, durante el ambiente de misión revolucionaria de la UP; a quienes preferían una perspectiva más “espiritualista” del arte; al secular gusto academicista hegemónico en la opinión pública; e incluso a cierta crítica de arte más liberal favorable a la neovanguardia.